Si José María Jarabo fue uno de los últimos ajusticiados en España, mediante el garrote vil, la última mujer que corrió la misma suerte fue Pilar Prades, a la que ajusticiaron el 19 de mayo de 1959, en la prisión de mujeres de Valencia.
Pilar Paredes nació en Bejís, provincia de Castellón en 1928. De muy joven, se trasladó a Valencia y en 1954, encontró trabajo y hogar en la casa de la familia formada por Enrique Vilanova y Adela Pascual, charcuteros con cierto prestigio en la capital del Turia, que regentaban un negocio floreciente, a pesar de las penurias de la posguerra.
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La noticia en "El Caso" |
Comenzó a suministrar pequeñas dosis del brebaje a Adela, en los cafés, en la sopa, en cualquier alimento o bebida que le servía y en poco tiempo, el arsénico del que estaba compuesto el Diluvión comenzó a hacer efecto. Adela comenzó a sentirse mal, a debilitarse, a perder días de trabajo y a permanecer horas en la cama, al cuidado de Pilar.
Enrique llamó a un médico, que reconoció a la enferma, sin poder determinar el origen de sus males. La joven doncella, mientras, daba solícitamente sus medicinas, sus comidas y no la descuidaba ni un momento. Por supuesto, continuaba suministrándole el veneno.
El médico, tras unos días sin saber qué hacer, decidió intentar hospitalizarla, y Pilar, atenta, escuchó como se tomaba esta decisión y se apresuró a incrementar la dosis en los alimentos, para que Adela no llegara al hospital. En pocos días, antes de que se produjera el ingreso, la salud de señora empeoró rápidamente y falleció.
El reconocimiento médico determinó que se trataba de una pancreatitis, y que aunque extraña, la enfermedad no se salía de lo normal, así que Pilar quedó fuera de toda sospecha. Cuando quedó a solas con Enrique, este encontró a Pilar anormalmente tranquila y feliz. Por alguna extraña razón, el viudo decidió abandonar el negocio, despedir a la criada y marcharse de la ciudad. Así que Pilar, lejos de quedarse con el hombre y los bienes de la familia, se quedó sin trabajo y en la calle.
Una mañana, mientras desayunaba en la cafetería de costumbre, se encontró a Aurelia Sanz, una antigua amiga que trabajaba de cocinera en un domicilio de un médico militar, Manuel Berenguer, casado con Carmen Cid. En aquella casa, Aurelia le consiguió un trabajo de doncella.
Aurelia y Pilar comenzaron a salir juntas, a pasear, a bailar, a visitar la ciudad cuando tenían libre. En sus salidas conocieron a un muchacho del que ambas se prendaron. Sin embargo, el chico solo se fijó en Aurelia, para desespero de Pilar. Comenzaron a verse a solas y la joven asesina era testigo en silencio de aquella relación. Ambas comenzaron a distanciarse y la envidia de Pilar se fue tornando en odio.
Ejecución por garrote vil |
Manuel, mientras, llegó a una conclusión: el mal podría ser envenamiento, ya que su mujer comenzó a sentir los mismos síntomas y lógicamente sospechó de inmediato de Pilar. Comenzó sus indagaciones en el pasado de la joven hasta que dio con Enrique Vilanova, de quien supo que era viudo y que Pilar había trabajado para él. El médico militar presentó denuncia y consiguió la exhumación del cadáver de la tocinera que dio positivo en arsénico.
Inmediatamente, hizo que Pilar abandonara la casa, en previsión de males mayores y llevó al laboratorio una muestra de la orina de Carmen. En esta, halló también el temido arsénico. Ya no cabía ninguna duda; Pilar Prades había envenenado a su antigua señora, a su compañera Aurelia e intentaba hacer lo mismo con su mujer.
La policía registró entonces la habitación de Pilar, y allí escondida entre el ajuar encontraron su botellita de Diluvión. Fue detenida en el acto. Tras treinta y seis horas de interrogatorios, no se pudo obtener una confesión explícita de los hechos.
En el juicio fue declarada culpable y condenada a morir por garrote vil. Fue la última mujer en la que se aplicó este cruel método, a manos del más famoso verdugo del régimen franquista, del que hablaremos a continuación.
Una figura sórdida y sin embargo imprescindible en la administración de justicia del franquismo, fue el verdugo, una categoría de oscuros funcionarios encargados de rematar la faena en ese punto en que casi nadie es capaz de mancharse las manos.
Antonio López Guerra, sería el verdugo encargado de la ejecución de "la Envenenadora", el mismo que dos meses más tarde mataría a "Jarabo" en Madrid. Pero a Antonio nadie le había dicho que tenía que ejecutar a una mujer y se negó en redondo a hacerlo. Prácticamente le tuvieron que emborrachar y llevar a rastras al patíbulo, para que hiciera su trabajo. Esta anécdota inspiró la película "El verdugo" de Luis García Berlanga.
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Pepe Isbert en la película "El verdugo" |
Al Corujo le enseñó el oficio Bernardo Sánchez Bascuñana, verdugo alegre y sevillano, antiguo guardia civil que le gustaba bailar flamenco, hablar en tono solemne y vestir de capa. Era todo un personaje que recitaba a Bécquer haciendo pasar por suyos los versos, para seducir a las señoras, iba a misa todos los días y murió de cirrosis en Granada, en 1972.
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"la máquina" |
En las vigilias de sus actuaciones, bebía en silencio y no hacía vida social. Guardaba el garrote, al que llamaba "la máquina", debajo de la cama y nadie conocía su oficio en la cantina que frecuentaba. Cuando le salía tarea en algún lugar de España, cogía la maleta y tomaba el tren.
Cuando se abolió la pena de muerte, Antonio Sierra encontró trabajo y hogar de conserje de finca en el barrio de Malasaña, ocupando la portería sin ventanas en la que vivió apuradamente, enfermo del pulmón, calladito y mustio, desaliñado y oscuro, en la compañía de su mujer y de un canario. Murió en 1986, con 73 años de edad.